jueves, 9 de febrero de 2012

Lluvia de verano


Noche tras noche el mismo ritual. Recorre, a prisa, un viento premonitorio. Luego, envueltas en la oscuridad, las nubes se agolpan y tropiezan entre sí. Se mezclan, se envuelven una con otra, pierden sus límites, se electrizan. Las partículas de agua, se despiertan con el encuentro y unas a otras, se abrazan en caída libre. Una, muchas, todas ellas anunciando, en gran rumor, su nacimiento y partida. Cae la primera y despierta, de pronto, al polvo dormido en el suelo. Se levanta una polvareda protestando por el sueño trunco. Millones de gotas venidas del cielo acallan cualquier motín asentando su poder y presencia.
Las nubes se desangran sin remedio, viendo yacer su destino en charcos inertes. Toda la noche, ahogan su dolor en profusas lágrimas y hondos suspiros. Hace unos segundos, reinas en las alturas, ahora reptando por sucias calles.
Al amanecer, el sol, con sus rayos y soberano poder, las devolverá al cielo. Para por las noches volver a caer. El ciclo de nacer, morir y renacer para volver a morir se repite sin cesar. Continuo, sin prisas.
Mientras el verano sea verano. 


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