Basta
una palabra, el mínimo o ninguna de ellas para quedar fuera de la fiesta. Ver y escuchar el
portazo en las narices y quedar out. Detrás de la línea, fuera del alcance,
mirar las uvas y no poder ni alcanzarlas ni probarlas. Ser echado a la fría
calle, hablar con la mano muda de la despedida. Ninguna palabra dicha, ningún
abrazo de buena suerte, mucho menos un beso en la mejilla de grato calor y
recuerdo. La nada absoluta, la boca cerrada, el entrecejo marcado, la sonrisa
muerta. El silencio opresor y aplastante.
Mirar una espalda alejándose, leer una escueta nota en un ordenador, líneas en una carta,
trazos en un papel; oír una llamada informativa, telegráfica. O simplemente
perpetua ausencia sin rastro alguno. Sin pistas ni evidencias.
Es el adiós que
es decir olvido.
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